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sábado, 17 de mayo de 2008

LOS NIÑOS VERDES


La leyenda de los niños verdes es una historia que surge de tarde en tarde cuando se hace mención a las apariciones misteriosas recogidas en los libros, y a ellos me remito al transcribir el relato tal y como lo publicó Jacques Bergier en Los extraterrestres en la historia.:
Una tarde de agosto de 1887, cerca de la población de Banjos, en España, unos trabajadores del campo vieron salir de una gruta a dos muchachos, un chico y una chica, cuyos vestidos eran de un tejido desconocido para ellos y cuya piel tenía el mismo verde de las hojas de los árboles. Esto sería un buen principio para una novela de cienciaficción pero el hecho es absolutamente cierto. Los muchachos se expresaban en un idioma desconocido. Especialistas llegados de Barcelona trataron en vano de identificar este idioma y de analizar el tejido de los vestidos. Entre ellos, un sacerdote, versado en idiomas extranjeros, tampoco consiguió identificar el que utilizaban los muchachos.
Fueron entregados al juez de paz local, Ricardo de Calno. Éste trató de quitarles el color verde pero no se trataba de un maquillaje sino de la verdadera pigmentación de la piel. Se vio que la cara de los muchachos ofrecían ciertos rasgos negroides, pero los ojos, más bien de tipo asiático, los tenían en forma de almendra. Durante cinco días se les ofrecieron los más distintos alimentos pero los rehusaron todos. Finalmente les presentaron judías verdes y aceptaron comerlas. El chico, muy debilitado, murió. La muchacha sobrevivió. El color verde de su piel fue atenuándose hasta llegar a ser el normal en un ser de raza blanca. Aprendió un poco de español y trabajó como sirvienta en casa del juez.
Cuando se la interrogó sus declaraciones acentuaron el misterio. Describió el país de donde venía: un país sin sol, en el que reinaba un crepúsculo permanente. Este país estaba separado por un ancho río de otro país luminoso alumbrado por el sol. Súbitamente se produjo un torbellino, acompañado de un ruido terrible, que arrebató a ambos muchachos y los depositó en la gruta. La muchacha sobrevivió aún cinco años, para morir después.
Hasta aquí el relato de Jacques Bergier.

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